Recorrido, Cristina Almodóvar
La reflexión sobre el propio trabajo ha ido introduciendo a Cristina Almodóvar (Madrid, 1970) en un nuevo ciclo creativo. Se trata de una obra mucho más racionalizada, donde une la espontaneidad de su capacidad observadora, presente en toda su obra, con una introspección mucho más elaborada.
En trabajos anteriores la autora se basaba en la contemplación. La búsqueda se centraba en encontrar el medio material que mejor le sirviera para representar cómo la Naturaleza le deslumbra. Esta búsqueda le ha llevado con el paso de los años a encontrar un lenguaje plástico propio, con el que se siente identificada y que a la vez le identifica. El trabajo concienzudo, la investigación y posterior dominio de las diferentes técnicas empleadas, ha servido para que los medios materiales no supongan ningún impedimento en su actividad creativa, algo fundamental y que diferencia al artista plástico del que desarrolla su actividad en otras disciplinas creativas.
En esta nueva etapa, la autora trasciende conceptualmente esa representación individualizada y detallada que le caracterizaba hasta ahora. Lo que antes era un vegetal concreto ahora representa todo lo orgánico. Aquello que antes llamaba su atención ha pasado por el filtro de su razonamiento para salir y ponerse en contacto con el hombre, con las intervenciones humanas en esa realidad que tanto admira. Quizá ha caído en la cuenta de que su sensibilidad puede servir para sensibilizar. Este paso del interés particular al general va muy unido al transcurso de la vida, a las experiencias con lo humano, que producen en ella un tremendo contraste entre las maravillas naturales que contempla y las terribles consecuencias de una actividad humana que se aleja tanto del ciclo natural de la vida.
Y es que la Naturaleza se mueve de tal forma que todo está interrelacionado. El hombre debería ser un elemento más dentro del ciclo de la vida, pero su enorme capacidad para intervenir en su entorno altera el devenir natural y surge el desajuste. Ante esta situación, el medio busca restaurar su equilibrio, produciendo cambios que muchas veces afectan a lo creado por el hombre. De aquí brotan multitud de reflexiones, en las que se basan las piezas que componen esta exposición. En ellas, la actividad humana, lo inorgánico, se encuentra inexorablemente unido al ciclo natural, lo orgánico, que busca el medio de manifestar su presencia y recuperar su espacio.
En una cultura como la nuestra, cuya forma de vida se desarrolla casi totalmente desvinculada del medio que la rodea, estas piezas pueden interpretarse como una llamada a mirar al exterior y buscar el equilibrio natural perdido, la convivencia con el orden natural, y a la vez como un reconocimiento a la fuerza irrefrenable de la vida.
En este contexto, la elección del hierro para materializar estos pensamientos surge casi como una necesidad. Después de su serie anterior, I N V I S I B L E, en la que para representar el fluir de la vida microscópica las piezas se desmaterializaban hasta tal punto que sólo se percibían sombras, ahora necesita volver a la contundencia del metal. Y es que el propio material encierra en sí mismo el concepto que intenta transmitir con estas piezas: la eterna tensión entre lo orgánico y lo inorgánico, entre naturaleza e intervención humana. La rígida y fría chapa industrial, al ser trabajada se puede cortar, doblar, batir, texturizar…., en definitiva, transformarse y volverse orgánica. Las propias características del material hacen que lo rígido sea vencido por lo orgánico, que lo coloniza, lo rompe, lo invade…
El movimiento cíclico de la Naturaleza da nombre a esta nueva serie de piezas, denominada C I C L O S. En ellas, la actividad humana se muestra en constante tensión, e inevitablemente unida a la Naturaleza. Una fuente enorme de pensamientos que abren una nueva vía creativa de la que estas piezas quizá son sólo un principio.